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Sobreviviendo la temporada

  • Foto del escritor: Fernanda de la Torre V
    Fernanda de la Torre V
  • hace 14 minutos
  • 3 Min. de lectura
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Los villancicos hablan de campanas, alegría y amor en el mundo. Las películas y los anuncios muestran a familias reunidas, abriendo regalos; parejas enamoradas, contentas, disfrutando plenamente la temporada. Un mundo ideal en donde todos somos felices y afloran los buenos sentimientos. Para quienes no encajan en este modelo, la Navidad no tiene nada de dulce y tampoco es la temporada para estar felices.

Estas fechas decembrinas suelen ser complicadas. Desde luego, son una molestia para los grinches que, como yo, no soportamos a Santa Clós (recuerden que yo prefiero las Navidades tradicionales, con pesebre y todo), pero son especialmente difíciles para quienes han sufrido una pérdida, tienen dificultades económicas o sentimentales, o atraviesan problemas familiares. Estas fechas suelen poner los sentimientos a flor de piel; como “jarritos de Tlaquepaque”, diría mi abuela tapatía, de modo que el menor desaire nos hace sentir olvidados, maltratados o abandonados. La temporada de “estar felices” es, paradójicamente, la que a muchos los hace sentirse peor.


Así como hay quienes empiezan a disfrutar la temporada navideña desde agosto, cuando los almacenes ponen a la venta artículos decembrinos, otros comienzan a sentir angustia desde ese mismo momento. “¿Con quién voy a pasar las fiestas?”, “¿cómo voy a pagar las cuentas?”, “¿cómo puedo sobrevivir a la Navidad sin mi mamá?”, y un largo etcétera. La depresión navideña existe y es más común de lo que pensamos.


Las expectativas navideñas son uno de los principales enemigos a vencer. Esperar que las cosas deban ser de tal o cual manera para poder ser felices es un grave error. En este “deber ser navideño”, las familias deben ser armoniosas, las parejas estar enamoradas y todos debemos sentirnos felices y generosos. Lo cierto es que no todas las relaciones familiares son sencillas; existen familias disfuncionales, millones de personas viven con carencias económicas y muchas otras están solas: ni enamoradas ni en pareja.

El tema económico es, además, una fuente constante de preocupación. Hay que dar regalos, participar en intercambios y gastar en los típicos “detallitos queda bien” que ni acaban siendo tan “detallitos” ni te hacen quedar bien, pero sí te hacen gastar una fortuna. A esto se suma que los pequeños esperan que el Niño Jesús, los Reyes Magos o Santa les entreguen algo de lo que escribieron en su carta. Si en cualquier época del año el dinero que no alcanza es motivo de angustia, en estos días el problema escala a dimensiones insospechadas.


Las rupturas emocionales también complican la temporada. Nos sentimos solos. No importa si la ruptura es reciente o si ya pasó tiempo; la añoranza de la pareja crece en proporción a medida que la temperatura desciende. Los fantasmas del pasado, cual cuento de Dickens, se aparecen en los momentos menos oportunos. Surgen recuerdos de otras épocas y el fantasma del pasado nos engaña mostrándonos solo lo bueno, mientras que el del presente viste el traje de la soledad y el del futuro, el de la incertidumbre.


Para quienes han sufrido la pérdida de un familiar, o no tienen una relación armoniosa con su familia, estas fechas pueden ser dolorosas e insoportables. Es difícil pensar en felicidad cuando has perdido a tu padre, no hablas con tu madre o estás distanciado de un hermano. El otro día, una querida amiga norteña que perdió recientemente a su madre comentaba que no sabía si quería ir a su casa en Navidad y enfrentar la pérdida, o quedarse aquí y pasar el día como cualquier otro, evitando pensar en la fecha y en la ausencia. ¿Cuántas personas no estarán en su misma situación? Mi solidaridad para todas ellas.

Además de acudir a un médico cuando la depresión navideña es grave, para sobrevivir a esta temporada podemos empezar por abandonar la creencia de que las cosas deben ser de tal o cual manera y que la felicidad está reservada solo para quienes tienen una vida idílica. Matthieu Ricard, el monje budista conocido como “el hombre más feliz del mundo”, hace hincapié en que es el altruismo —pensar o hacer algo por otros— lo que nos hace sentir bien y nos brinda una felicidad más profunda.


Siguiendo a Ricard, podemos comenzar por contar nuestras bendiciones, aun en medio de los momentos difíciles, liberarnos de expectativas y creencias limitantes sobre cómo debe ser la temporada, y aprovechar estos días para replantearnos si la Navidad no debería estar más relacionada con lo espiritual —dar amor, amistad y apoyo— que con lo material, que tantas veces termina provocándonos este dolor de cabeza.


Espero tu opinión dejando un comentario en el blog o en mi cuenta de X: @FernandaT.



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