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Si los muros hablaran, ¿Qué nos contaría la Parroquia de San Miguel?

  • Foto del escritor: Fernanda de la Torre V
    Fernanda de la Torre V
  • hace 4 minutos
  • 3 Min. de lectura
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En estos días que celebramos la Independencia de México, dejemos que este emblemático lugar, la Parroquia de San Miguel Allende, nos cuente su historia. Más allá de todos los problemas, ¡que viva México!


“Recuerdo bien a Don Zeferino, trabajando entre mis muros, midiendo, volviendo a medir mientras arrugaba el ceño. Miraba los apuntes de mis torres neogóticas, les hacía algún ajuste. Trabajaba sin parar y sin escuchar las críticas, siguiendo únicamente las órdenes del obispo y su voz interior. Mi historia comenzó muchos años antes de los trabajos de Don Zeferino, cuando este lugar que hoy conocemos como San Miguel de Allende se llamaba San Miguel el Grande y no era un sitio turístico, sino un poblado donde vivían los militares que protegían el camino a Zacatecas, lugar que tenía una gran importancia minera.

Me construyeron inicialmente los franciscanos en la segunda mitad del siglo XVI. Algunos dicen que en 1555, otros que en 1564. Yo no sé de fechas, así que no les puedo decir. Lo que sí puedo decirles es que entonces no me veía como ahora. Era una parroquia pequeña de estilo sencillo. Una clásica fachada con dos torres. Estilo plateresco, le llamaban. Poco a poco me fui deteriorando. Mis muros se humedecieron y resquebrajaron. Un siglo después de mi construcción, estaba en ruinas. Una gran parte de mí se derrumbó en 1649, año del Señor.

Las autoridades designaron a Marco Antonio Sobrarías para reconstruirme. Con empeño, el arquitecto me dio una nueva forma, acorde con las construcciones de la época: el barroco. Don Marco tardó muchos años en reconstruirme. Comenzó por el cuerpo principal. Posteriormente vendría la fachada y el retablo del altar mayor.

Mis muros han visto muchos cambios, no sólo de estilos arquitectónicos, sino históricos. Soy testigo mudo de cómo este país consiguió su independencia y parte clave de la vida de muchos de los protagonistas para que esta tierra dejara de ser la Nueva España para convertirse en la República Mexicana, orgullosa de su pasado pero lista para labrar un gran futuro para sus hijos. Entre mis muros fueron bautizados los héroes de la Independencia Ignacio Allende y los hermanos Juan e Ignacio Aldama. Aquí también ofició misa el cura Miguel Hidalgo, el padre de la patria, o uno de ellos.

Pasaron los años. Se consumó la independencia. México transitaba los retos de ser un país independiente. El tiempo no pasa en balde y mis muros volvieron a deteriorarse. Las torres corrían peligro de derrumbarse. Así que el señor obispo mandó llamar al maestro cantero Zeferino Gutiérrez. Tenía algo urgente que decirle. Entre sorbos de chocolate, le encomendó una difícil misión: renovar la parroquia. Zeferino era un maestro en el trabajo de la cantera, pero no contaba con estudios formales de arquitectura. A pesar de ello, emprendió con empeño la tarea, que lo llevaría a la fama. Inspirado en las catedrales góticas europeas, Zeferino comenzó a diseñarme. Me despojó de mis campanas (las recuperaría después) y de mis torres que habían construido en los siglos XVII y XVIII. El soberbio trabajo de los maestros cantereros me dio un rostro nuevo. Zeferino también modificó los nichos, el atrio, los altares interiores y hasta la torre campanario del reloj. Pensando en las catedrales medievales de Alemania, me dio una forma más alta, esbelta, con pilares afiligranados y arcos en punta. Buscaba que tuviera armonía y simetría.

Ya en el siglo XXI me dieron una iluminación especial que realza mis detalles y provoca miradas de asombro cuando los visitantes y habitantes de San Miguel me miran. Dirán de mí lo que quieran, pero es imposible que pase desapercibida.

Zeferino Gutiérrez recibió –y sigue recibiendo– muchas críticas. Dicen que lo neogótico no encaja con el estilo de la plaza, que desentona con las construcciones que me rodean. Alegan que mi factura es tosca, grotesca. Mentiras. No seré de delicada factura, pero soy graciosa. La personalidad no desentona nunca, y eso hizo Don Zeferino: me dotó de una personalidad única e inconfundible. Y tener personalidad –puedo decírselos yo, que he vivido tantos años– es más importante y duradero que la belleza. No por nada soy un ícono, el emblema de San Miguel Allende”.


Para mi querido Juan Carlos Limón, en agradecimiento a su hospitalidad y generosidad.


Espero tu opinión en los comentarios del blog o en mi cuenta de X: @FernandaT

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