Protestar también es construir
- Fernanda de la Torre V
- 5 oct
- 2 Min. de lectura

Protestar, marchar por una causa. Ese acto de manifestar o declarar públicamente la voluntad de no consentir o no aceptar algo. Hay muchas formas de protesta y han acompañado al hombre desde hace miles de años. Ayer comentaba con mi cuñado si verdaderamente tenían un resultado. Finalmente, protestamos por la reforma judicial y ahí está la Suprema Corte con jueces electos por un acordeón. Parecería que no logramos nada, pero no es así. Muchos cambios se han logrado con protestas.
En el antiguo Egipto, tenemos la primera protesta documentada cuando, en el Imperio Nuevo, los trabajadores de Deir el-Medina se pusieron en huelga al no recibir sus salarios. Ramsés III, preocupado porque no se finalizara su precioso templo, pagó a los trabajadores. Esto sucedía en el siglo XII a. C. Siglos después, en el Imperio Romano, se dio la revuelta del Monte Sacro, cuando los plebeyos, cansados de pagar impuestos y de los abusos de los patricios, organizaron una “secessio plebis”, una especie de huelga general. Abandonaron la ciudad y se retiraron al Monte Sacro, negándose a trabajar. Con la ciudad paralizada, el Senado tuvo que negociar y se creó el Tribuno de la Plebe para proteger los derechos del pueblo.
Las rebeliones también pueden ser espirituales. Ahí tenemos a Martín Lutero, en el siglo XVI, que clavó en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg sus 95 tesis señalando los abusos de la Iglesia. Fue una protesta que no buscaba destruir la fe, sino recordarle a la humanidad que incluso dentro de los templos hay espacio para cuestionar la autoridad. Su protesta cambió el curso de la historia. Otro ejemplo es la Revolución Francesa, que comenzó con manifestaciones y protestas populares, ya que el pueblo padecía la desigualdad. A principios del siglo XX, en México, el malestar popular por la profunda desigualdad social y el hartazgo de la dictadura de Porfirio Díaz, la protesta política se convirtió en rebelión abierta, dando lugar a una revolución muy compleja.
Liderado por Martin Luther King Jr. en los años 50 y 60, el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, a través de marchas, boicots y discursos, es un ejemplo de protesta pacífica con resultados reales, como la Civil Rights Act de 1964 y la Voting Rights Act de 1965. Fue una revolución sin armas, sostenida por la fuerza moral de la palabra y la organización colectiva.
La historia está ahí, para quien quiera escucharla. Puede parecer que las protestas no tienen resultados, o que estos no son inmediatos, pero con el tiempo se logran cambios fundamentales. Sigamos exigiendo de manera pacífica un mejor gobierno, el fin del genocidio en Gaza, justicia para las madres buscadoras, igualdad y paz. Lo peor que podemos hacer es desmoralizarnos. Ahí está la historia diciéndonos: no te rindas.
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