La libertad de decirlo
- Fernanda de la Torre V
- 27 jul
- 2 Min. de lectura

Cuando Galileo Galilei afirmó que la Tierra giraba alrededor del Sol, la Iglesia lo silenció. Lo sentaron frente a la Inquisición y lo condenaron a arresto domiciliario de por vida. Su “delito” fue decir algo verdadero, pero incómodo. Galileo vivió antes de que se entendiera lo que siglos después Voltaire resumiría con una frase brillante: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo.”
La libertad de expresión, ese derecho que hoy damos por un hecho (hasta que alguien lo quiere violentar), ha sido históricamente incómoda para el poder. Su origen se remonta a la antigua Grecia, donde existía la “parresía”: el arte de hablar con franqueza, incluso cuando esa franqueza dolía. Pero ojo, no era solo el derecho a hablar, sino la responsabilidad de hacerlo por el bien común, aun si eso ponía en riesgo tu vida.
En Atenas, la parresía era una virtud democrática. Filósofos, dramaturgos y ciudadanos comunes podían cuestionar a los gobernantes, hablar de política o criticar a los dioses. No siempre salían bien librados, pero al menos había un espacio para el expresarte.
Hoy, siglos después, seguimos luchando por ese derecho. La libertad de expresión es más que un privilegio individual: es la piedra angular de una sociedad libre. Sin ella no hay libertad de prensa, ni libertad académica, ni acceso a la información. Y sin eso, no hay democracia que aguante.
En México, este derecho está consagrado en el artículo 6 constitucional. Suena bien: “La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa…” Pero a veces, en la práctica, esa libertad termina condicionada por lo que se considera “moral”, “vida privada” o “orden público”. Tres conceptos que el poder ha usado más de una vez como silenciadores.
A nivel internacional, la ONU lo ratifica en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y ahí sí no hay duda: toda persona tiene derecho a opinar, investigar, recibir y difundir información, sin importar fronteras ni plataformas. Punto.
¿Por qué importa tanto? Porque las sociedades que avanzan lo hacen cuestionando lo establecido. Porque ninguna idea transforma al mundo si no puede decirse en voz alta. Porque no todo lo que incomoda debe callarse.
Defender la libertad de expresión no significa estar de acuerdo con todo lo que se dice. Significa entender que si dejamos que silencien a uno, mañana pueden silenciar a todos. Un ataque a la libertad de expresión no es solo un ataque al periodista, al académico o al tuitero incómodo; es un ataque a ti, a mí, a todos.
La libertad de decirlo es, al final, lo que permite que podamos netear… incluso cuando lo que decimos no le gusta a todos.
Espero tu opinión dejando un comentario en el blog o en mi cuenta de X @FernandaT.






La cita atribuida a Voltaire es falsa. Nunca dijo eso. Es una afirmación ficticia de Evelyn Beatrice Hall en la biografía anecdótica "Los amigos de Voltaire".