El comandante Slobodan Praljak dio la orden para destruirme a las 10:15 de una fría mañana. Era el nueve de noviembre 1993. Yo, Stari Most, símbolo de unión entre oriente y occidente, no resistí el impacto de las balas de sus cañones y me desmoroné en mil pedazos, que cayeron sobre el helado Río Neretva. Afortunadamente, ese no sería mi fin. Llegaría el día que el rugir de los cañones sería reemplazado por el sonido del disparador de una cámara y las incontables lagrimas, en sonrisas. Permítanme contarles mi historia.
Fue el sultán Suleimán, llamado El Magnifico quien ordenó mi construcción. El imperio otomano estaba en su apogeo y quería dejar un mensaje de su poderío en los Balcanes. Una obra de infraestructura como yo, es siempre un mensaje contundente, así que el sultán eligió nada menos que al arquitecto Mimar Sinan para diseñarme y a Mimar Hayruddin, –su discípulo más aventajado– para construirme. Sinan había cobrado fama por haber diseñado los edificios más hermosos del mundo: El Taj Mahal, en la India y la mezquita de Sultán Amhed, en Estambul. Consciente del reto y, bajo amenaza de muerte del sultán si fallaba en su encargo, Hayruddin construyó antes otro puente mas pequeño; éste funcionó y entonces inició mi construcción.
Tengo más de veinte metros de alto, cuatro de ancho y casi 30 de longitud. No es cualquier cosa. Hay que reconocer que Mimar era un maestro para combinar belleza y fortaleza. Por eso, arranco suspiros de admiración a mis visitantes. Hay quienes han comparado a mis muros de lisa cantera con un arco iris que se eleva al cielo. Y no sólo eso. El famoso viajero Evilya Celebi en el siglo XVII manifestó que habiendo recorrido 16 países nunca había visto un puente tan alto que se extendía de un acantilado al otro. Durante 427 años cumplí mi función todos los días. Fui testigo del paso de comerciantes, sacedortes, viajeros y de los habitantes de Mostar. Enamorados se cobijaban bajo mi sombra y valientes clavadistas, se lanzaban a las heladas aguas del Río Neretva todos los días. No fue el tiempo lo que me derrumbó sino la cruel insensatez de la guerra.
Mostar, la ciudad en que me encuentro es única. Musulmanes, ortodoxos y católicos conviven en armonía. No sólo respetan sus diferencias, sino que aprenden de ellas. Así, junto a una mezquita, se construyó el monasterio Franciscano. Los cantos de las distintas religiones se mezclaban unos con otros, con la misma naturalidad con la que se saludaban musulmanes y católicos al cruzarme. Bosnia y Herzegovina pasó de ser parte del imperio otomano, a ser propiedad del imperio astro-húngaro. Todo ello sin mayor sobresalto. Mis problemas empezaron a finales del siglo XX. Ese país llamado Yugoslavia se desmoronaba, lo que desató un conflicto bélico. Mostar sería la ciudad que padecería los ataques más violentos. Como un golpe a la población, Slobodan Praljak comandante del Consejo Croata de Defensa ordenó destruirme. Afortunadamente, el amor de los habitantes de Mostar pudo más que su odio. Con ayuda de la UNESCO y de otros países, volvieron a construirme. Buzos expertos sacaron mis piezas del río, y usando las mismas técnicas que utilizó el arquitecto de Suleiman, especialistas turcos en construcción de los tiempos del imperio otomano, las pusieron en su lugar. Finalmente en 2004 quedé listo y volví a escuchar los pasos de los habitantes de Mostar cruzarme a toda prisa para realizar sus tareas cotidianas, regresaron los clavadistas a su cita diaria para lanzarse desde mis muros al río y poco a poco llegaron los turistas. En 2017, al escuchar la sentencia del tribunal que lo condenaba a 20 años de prisión por sus crímenes (entre ellos mi destrucción) Slobodan Praljak, se quitó la vida.
Yo, el Stari Most, (o puente viejo) en Mostar, Bosnia y Herzegovina soy patrimonio de la humanidad. Si bien me enorgullece, lo que me hace único es el haber sido testigo de la historia. He visto imperios caer y fronteras desdibujarse. He sido testigo del dolor de la guerra y la fuerza del perdón. Mis muros conocen la naturaleza cambiante de todo, y puedo decirles que lo único verdaderamente indestructible es el espíritu humano.
Buen domingo a todos. Gracias por leerme.
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