A raíz de los sucesos en el Capitolio y de la inminente partida de Donald Trump de la Casa Blanca, me puse a revisar los textos que había escrito sobre él en los últimos cinco o seis años. Comparto mis reflexiones sobre su lectura.
Algunas cosas han cambiado radicalmente en éstos años: aquel que fuera enemigo acérrimo del país, cuya invitación le costó el puesto a un secretario y del que legisladores rompían piñatas en las posadas (definitivamente mal hecho); hoy Donald Trump es cercano al gobierno en turno. Nuestro presidente, Andrés Manuel López Obrador (autor del libro Oye, Trump, que proponía acciones en defensa de los migrantes en Estados Unidos) ha manifestado su preocupación por la la cancelación de sus cuentas en redes sociales y no ha dicho nada sobre las palabras del todavía mandatario, que incitaron a la violencia el pasado 6 de enero. De hecho, el mandatario mexicano fue uno de los últimos en el mundo en reconocer la victoria de Joe Biden.
Otras historias se repiten. En junio de 2015 varias empresas y cadenas de televisión (como NBCUniversal, Ora TV, Univisión, Macy’s y Televisa) suspendieron sus relaciones con el magnate promotor de concursos de belleza y entonces aspirante a la candidatura a la presidencia por el partido repúblicano, por sus polémicos (e infundados) comentarios en contra de migrantes mexicanos. Hace pocos días, la PGA de Estados Unidos aprobó retirar el Campeonato de la PGA del año entrante del campo de golf propiedad de Donald Trump en Nueva Jersey y la ciudad de Nueva York anunció la cancelación de sus contratos con la empresa de Donald Trump, después del asalto al Capitolio federal, en Washington, protagonizado por sus simpatizantes.
Queda claro que el odio busca construir muros, aislar, o negar la igualdad. Nada positivo para una comunidad. Sembrar la semilla del odio y el miedo puede parecer redituable. Muchas personas encuentran en ese falaz discurso la explicación a sus problemas. Es siempre más fácil buscar razones para odiar a alguien que para sentir empatía. Encontrar diferencias, que similitudes. Es más sencillo culpar a otros, que reconocer que somos los causantes de nuestras miserias. El problema, es que es imposible predecir a dónde va a llegar el discurso del odio o saber a quién va a lastimar. Generalmente, sus consecuencias van mucho más lejos de lo que pensamos. Si hay algo cierto del odio, además de que envenena (a personas o comunidades), es que tarde o temprano regresa corregido y aumentado. Es como un bumerán que nos sorprende por la espalda en el momento menos pensado y con una fuerza mucha mayor de lo que generamos.
Tristemente, el discurso de odio fomentado por Trump, no solamente no ha cambiado, ha empeorado, lo mismo que sus consecuencias. En agosto de 2015, dos norteamericanos de Boston golpearon brutalmente a un mexicano de 58 años cuando este dormía en la estación de trenes de esa ciudad. No los agredió, ni les quitó nada que fuese suyo. La única razón de haberle propinado golpiza fue su estatus migratorio. De acuerdo a un reporte, uno de los asaltantes le dijo más tarde a la policía que Trump tenía razón cuando decía que había que deportar "a todos estos ilegales”. El discurso de Trump, les hizo creer que por su estatus migratorio tenían derecho a golpearlo. Después del incidente, el millonario pelirrojo se disculpó pero su elección de palabras acerca de la “pasión de sus seguidores”, parecía justificar esas agresiones más que condenarlas. Con el tiempo sabríamos que, ya como presidente, haría lo mismo. Se mostró ambiguo ante los hechos perpetrados por supremacistas nazis en Charlottesville y que le costó la vida a la activista Helen Heyes insistió en que “ambos bandos” eran culpables de la violencia. (De hecho, el presidente electo Joe Biden, ha citado con frecuencia la respuesta de Trump a esos hechos como lo que lo motivó a postularse para la presidencia). En enero del 2020, Trump afirmó que no tenía idea quienes eran los Proud Boys, y se negó a condenar explícitamente a los supremacistas blancos. Un año después, de acuerdo con CNN varios miembros de Proud Boys y otras organizaciones de extrema derecha como QAnon estuvieron presentes en la insurrección en el capitolio. El silencio es oro ya que una vez que hablamos, somos responsables de lo que decimos. El discurso que siembra odio, violencia o miedo ya sea visual o verbal es muy poderoso y tiene consecuencias. En particular cuando pasa de las palabras a la acción como vimos hace unos días en el Capitolio.
Termino con un fragmento la necesidad sobre el rigor periodístico de una entrevista al periodista Jon Lee Anderson, titulada: “El mal está en la Casa Blanca” publicado en septiembre 2017 “Cuando Trump llama a The New York Times, “fake news” está mintiendo. Lo que hace él es fake news. El peligro de que un presidente esté todos los días haciendo eso, es que empieza a condicionar a los más incultos, los más prejuiciosos, los menos letrados que existen en cada país. Y después de un tiempo, los seres humanos tendemos a creer en los gobernantes. Fox es el ejemplo más obvio de fake news, noticias inventadas, tergiversadas, y propaganda. Es un canal de propaganda como nunca hemos visto en Estados Unidos; pero a través de 20 años de existencia, ha tomado un auge preocupante y apela a los más bajos instintos de los ciudadanos (de algunos de ellos). Estamos en tiempos de un desafío mayor por eso mismo. Nosotros, los que todavía ostentamos ejercer la profesión de una manera transparente o digna o seria, tenemos que redoblar nuestros esfuerzos. Pelear en contra del fake news. Pelear en contra de Trump. Trump es el fake news. Una vez que lo removemos del escenario y se va a prisión o penitenciaria, a cual, no sé, pero pertenece ahí. Ahí es donde debería estar, podemos volver a mirar qué coño pasó y cómo volvemos a reconstruir un escenario más saludable en donde participamos de una buena manera, comunicando lo que parece ser la verdad a los que no tienen acceso a la información. Desafortunadamente, el tiempo de la entrevista termina. Ambos coincidimos en que nunca pensamos que vivir en tiempos donde el presidente de Estados Unidos hiciera de la prensa su enemigo. Jon comenta: “Es que el mal está en la Casa Blanca”.
Afortunadamente, ese mal ya se va de la Casa Blanca.
Buen domingo a todos y gracias por leerme.
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