Dos obras, dos destinos
- Fernanda de la Torre V
- 9 nov
- 2 Min. de lectura

Tras décadas de espera, el pasado 1° de noviembre fue inaugurado el Grand Egyptian Museum (GEM). Situado a apenas dos kilómetros de las pirámides de Giza, el edificio diseñado por Heneghan Peng Architects se erige como el museo más grande del mundo dedicado a una sola civilización. Su superficie ronda los 490 000 m². En la entrada principal, los visitantes son recibidos por una monumental estatua de Ramsés II de once metros de altura y 83 toneladas de granito, trasladada al museo en 2006 y colocada en su ubicación actual en 2018.
El costo de su construcción —financiada en gran parte por préstamos japoneses y aportaciones del gobierno egipcio— superó los mil millones de dólares. Una cifra enorme, sí, pero destinada a una obra que preservará siglos de identidad y patrimonio cultural.
En México también nos gustan los grandes proyectos para acercarnos a nuestro pasado. El Tren Maya fue inaugurado por el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador el 15 de diciembre de 2023. Su costo estimado asciende a 28 mil millones de dólares. Es decir, costó 28 veces más que el Grand Egyptian Museum.
El contraste es brutal. El GEM costó cerca de mil millones de dólares, tomó veinte años en construirse, luce arquitectura de clase mundial, tecnología museográfica de última generación, es dos veces más grande que el Louvre y resguarda piezas únicas como el ajuar completo de Tutankamón. El Tren Maya, cuya estimación actual ronda los 28 mil millones de dólares (sin cifra final pública y verificada), se ha caracterizado por retrasos, cambios de ruta, expropiaciones, improvisación, problemas técnicos, impactos ambientales y serias dudas sobre su viabilidad económica. En números simples: un proyecto turístico que hoy cuesta 28 veces más que el museo arqueológico más impresionante del planeta.
Mientras tanto, el GEM es el resultado de una planificación cuidadosa, financiamiento transparente y supervisión técnica internacional. El Tren Maya, en cambio, exhibe varios de los problemas estructurales del país: opacidad, sobrecostos, ejecución militarizada, decisiones de tinte político y ausencia de rendición de cuentas.
La comparación requiere contexto, pero aun con matices sigue siendo desconcertante. Un tren necesita vías, puentes y estaciones; un museo, por monumental que sea, es un edificio. Sin embargo, 28 mil millones de dólares para 1 500 kilómetros del Tren Maya representa un costo difícil de justificar.
No puede ser que un país con el legado cultural de México gaste 28 veces más en un tren turístico que lo que Egipto invirtió en un museo destinado a preservar milenios de historia. Mientras el Grand Egyptian Museum honra una civilización entera, el Tren Maya destruye selva, cenotes, patrimonio arqueológico… y, además, cuesta más. No es solo despilfarro: es una tragedia cultural y ambiental.
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