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La irresponsabilidad de los bocones

  • Foto del escritor: Fernanda de la Torre V
    Fernanda de la Torre V
  • hace 12 minutos
  • 2 Min. de lectura
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“La gente supone que el pleito será entre la izquierda y la  derecha, pero siempre es entre los razonables y los imbéciles”. –Jimmy Wales (Co-fundador de Wikipedia)


La publicidad tiene una gran influencia en los consumidores, los empresarios lo saben y por ello invierten fuertes sumas de dinero en la misma. Es tan poderosa que los efectos de una buena campaña nos acompañan durante años. Existen anuncios que recordamos aunque hayan pasado años de su lanzamiento.


Las redes sociales se han convertido en la nueva forma de publicidad, pero también en el terreno más fértil para la manipulación. Ya no se trata solo de anuncios diseñados por agencias: hoy existen ejércitos de bots, granjas de perfiles falsos y campañas coordinadas que fabrican opiniones, destruyen reputaciones y moldean percepciones colectivas. Su influencia es tan poderosa que, igual que una buena campaña publicitaria, sus efectos permanecen en nuestra memoria y terminan condicionando lo que creemos, compramos o defendemos.


El silencio a veces es oro, porque cuando hablamos —o posteamos, o tuiteamos— nos volvemos responsables de lo que decimos. El discurso que siembra odio, violencia o miedo ya sea visual o verbal es muy poderoso y tiene consecuencias. Puede inspirar, pero también puede destruir. Lo vimos esta semana, cuando varios “líderes de opinión” y figuras públicas salieron a defender a María Corina Machado, indignados porque algunos sectores de la izquierda no la felicitaron. La presentaron como un símbolo de valentía y libertad. Las semana pasada mencioné varios excesos de comentaristas como León Krauze, Chumel Torres o América Pacheco. Pueden leerlo aquí.


Como si quisiera dar la razón a sus críticos, dos días después, la misma María Corina Machado publicó sonriente que había hablado con Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí acusado por la Corte Penal Internacional de crímenes de guerra, y lo llamó “inspirador”.


¿En qué momento el apoyo ciego reemplazó al pensamiento crítico? ¿Cómo se pasa de elogiar la libertad a aplaudir a quien celebra a un líder que bombardea hospitales y campos de refugiados? Quienes la defendieron con tanto fervor quedaron atrapados por su propia narrativa, sin la decencia de rectificar cuando la evidencia los desmiente.

Las palabras tienen consecuencias. Los discursos que justifican el odio, ya sea en nombre de la patria, de la fe o de la política, siembran violencia. Y los micrófonos —virtuales o reales— no son juguetes. Lo mínimo que uno puede exigir a quien tiene voz pública es coherencia, empatía y una mínima responsabilidad moral.


Como sociedad, debemos dejar de confundir la elocuencia con la verdad, y los aplausos con la razón. Ser críticos no es ser enemigos. Es, de hecho, el único modo de evitar que los bocones —de derecha o de izquierda— sigan arrastrándonos al mismo lugar: la indiferencia ante el sufrimiento ajeno.


Espero tu opinión dejando un comentario en el blog o en mi cuenta de X @FernandaT.

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