Es Día del Padre. Un día para homenajear al ser que, junto con nuestra madre, nos dio la vida. Un día para agradecerles por nuestra existencia y decirles que lo somos, es también por ellos. Va más allá de los genes. Aprendemos de sus aciertos y también de sus errores. De lo que admiramos y detestamos. De sus halagos y regaños. De sus acciones y omisiones.
El rol de los padres ha ido cambiando con el tiempo. Si bien durante siglos se considero el rol de padre principalmente como proveedores; hoy también sabemos que son protectores, cariñosos, tienen un mayor compromiso con la crianza y labores del hogar, además de estar más involucrados en el desarrollo y cuidado de los hijos. Algunos sociólogos llaman a esto “la nueva paternidad”.
Los padres del siglo XXI cambian pañales, saben todo sobre la escuela de sus hijos, pueden hacerles el desayuno, comida o cena sin problemas. Me parece muy positivo que los padres compartan los madres las responsabilidades de la crianza. De acuerdo a encuesta realizada en Estados Unidos entre 2,000 madres y padres, mientras que las madres comparten con más frecuencia la responsabilidad de los ingresos para la familia, los padres comparten con más frecuencia el trabajo del hogar y cuidado de los niños. El 61 por ciento de los encuestados dijo que están más involucrados en el cuidado de sus hijos de lo que sus padres estuvieron en el de ellos. Afortunadamente, los tiempos cambian y estas parejas “más parejas” están pasando a ser la norma, en vez de la excepción.
Es día del padre y es el primero que paso sin el mío. Supongo que es un vacío que no se llenará nunca. Mi padre era un padre “a la antigua”. Nos controlaba con una mirada y tres números. Si “a la de tres” no habías llevado tu plato a la cocina, levantado los juguetes o lo que se te pidiera; sabías que estabas en problemas. Obedecíamos sin chistar lo que decía porque teníamos la certeza de que no dudaría para cumplir el castigo prometido. No sólo aprendimos de memoria todos los refranes que solía decir; ahora los repetimos. Con el tiempo, esa dureza con la que nos educó, se suavizó. Aprendió a cambiar pañales y cuidar de los nietos, se volvió muy paciente y jamás le escuché reprimir a los pequeños por nada. Al contrario: “Déjalos, son niños” decía. Me siento triste porque no está, pero a la vez afortunada porque pude despedirme de él, agradecerle por mi vida.
Les deseo que pasen un muy feliz Día del Padre a quienes tienen la fortuna de tener al suyo. Espero que puedan darse el regalo de apapacharlo y consentirlo. Y un abrazo bien fuerte, quienes no pueden hacerlo. Nos queda el consuelo que algo de ellos vive en nosotros para siempre.
Buen domingo a todos.
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