No podemos verlos, pero nos causan angustia y desolación. Un virus está en el límite de lo consideramos un organismo vivo. Apenas consiste en una hebra de información genética rodeado de una cubierta de proteínas. Necesita entrar en un célula y sintetizar sus proteínas para poder duplicarse. Estos seres invisibles, causan una gran variedad de enfermedades incluyendo la influenza, el SIDA o la viruela. Este pequeño enemigo, tiene la capacidad de derribar a organismos enormes: detener conciertos, eventos con siglos de tradición como el Carnaval de Venecia, cerrar lugares de peregrinación como La Meca y afectar seriamente a la economía mundial, pero principalmente, nos hace sentir profundamente indefensos, lo que provoca pánico.
Quizá, lo que más nos aterra es que sabemos que esta partícula microscópica es profundamente democrática: infecta a hombres y mujeres de cualquier edad, raza o nacionalidad. Nadie puede sentirse “a salvo”. Al covid-10 no le preocupa si son ricos o pobres; si tienen problemas o carecen de ellos. Tampoco sabemos dónde esta o quién lo porta, ya que en el periodo de incubación, no se presentan síntomas. Hay algunos verdaderamente letales como el bola y otros que todos hemos padecido como las molestas gripas.
Lo cierto es que en doce semanas, todo cambió. De no saber del tema, a fines del 2019 empezamos a leer sobre un virus en un mercado en Wuhan, China. Durante estas semanas, vivimos con una especie de “Espada de Damocles” sobre nuestra cabeza. Sabíamos que, tarde o temprano, llegaría a México, aunque no sabíamos cuándo ni quién sería el portador. El día fatal llegó y el 28 de febrero se confirmó el primer caso en la Ciudad de México. En estas cortas semanas el virus ha saltado a 58 países con 83 mil casos confirmados y más de 2,800 muertes. Un virus del que oímos mucho, pero desafortunadamente, sabemos poco y la posibilidad de una vacuna es todavía lejana.
Un virus tiene la capacidad de hacer que los problemas que normalmente nos ocupan y que acaparan los noticieros y primeras planas de los periódicos, pasen a un segundo o tercer plano. Al igual que cambiaron las noticias, en una semana cambiaron nuestras prioridades. Ante una amenaza así, nuestros problemas cotidianos toman otra perspectiva. Ya no es tan importante si no te habló un galán o si tienes problemas en tu trabajo, las deudas, el precio del dólar, el estado de la bolsa de valores o la calificación de Pemex. La salud, a la que tendemos a dar por sentada, es la principal preocupación. Ante una amenaza a nuestra integridad o las de nuestros seres queridos, nos damos cuenta de lo frágil que es la existencia humana.
Afortunadamente, hay quienes no pierden el humor en ninguna situación y hasta cumbia del coronavirus tenemos, además de un personaje en Twitter e infinidad de memes. Desafortunadamente, también llegan los mensajes paranoicos; algunos vaticinan horrores, otros hablan de teorías de conspiraciones y de datos ocultos por el gobierno chino acerca de la muertes.
No nos queda más que mantener la calma. Usar el jabón y lavarnos las manos con frecuencia. Confiar en que se tomen las medidas necesarias desde el gobierno para prevenir el contagio y que nuestro sistema de salud tenga los medicamentos e insumos necesarios para devolver la salud a los enfermos y proteger a quienes los atienden. Es difícil mantener la calma, el optimismo y el buen humor pero hoy, más que nunca resulta indispensable. Ocuparse y prevenir, no preocuparse.
La vida cambió de un momento a otro. El covid-19 nos hace confrontarnos con la impermanencia de las cosas. Aceptar que todo pasará parece sencillo. Sin embargo, es un gran reto ya que vivimos con apegos y nos gusta tener certezas y expectativas. Enfrentar la impermanencia, implica renunciar al control que tanto nos gusta, pero también nos recuerda qué es lo importante, lo que amamos y de alguna manera nos recuerda que estos días de preocupación, también pasarán.
Buen domingo a todos.
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