“Hay cosas que se ven fácilmente con los ojos y otras que requieren que se les mire con el corazón. A simple vista, mis muros no dicen demasiado: simples, rectos, de un sobrio estilo. La fachada neoclásica de piedra quizá sea más adecuada para una iglesia en un pequeño poblado que para una catedral. Pero si te tomas un tiempo para mirarlos con atención, podrás darte cuenta que guardan el aroma y sabor del mar, el sonido de las olas que rozan la arena de la bahía, los cantos de las sirenas, historias de los pescadores y de los habitantes de La Paz y también la
solidaridad que inunda la ciudad cuando atravesamos por una desgracia.
Aunque yo todavía no cumplo dos siglos, el lugar dónde me encuentro ha sido habitado desde hace miles de años. Quedan petroglifos y pinturas rupestres para comprobarlo y sitios que nos hablan de las costumbres de aquellos tiempos, como los enterramientos de El Conchalito, vestigios de hace miles de años cuando los pericúes habitaban esta bahía.
Vivir cerca del mar es algo especial. La presencia del mar marca mi existencia al igual que la vida de todos los que habitan cerca de él. Por las tardes, cuando ofician misa, los vitrales se llenan de la paz de los atardeceres paceños, por las mañanas, se respira el sabor salado con el que los pescadores salen a trabajar. Cada vez que lo miro, no puedo dejar de reconocer su generosidad y abundancia. Del mar nos llegan las bendiciones como el alimento y turismo; aunque a veces, también conocemos su furia.
Desde mis torres miro a la Bahía de La Paz y al Mar de Cortés. Quizá no saben que quien fundó esta cuidad fue el mismísimo Capitán General de la Nueva España. Un tiempo después de la conquista de la Gran Tenochtitlán, Hernán Cortés partió a una expedición a lo que entonces llamaban “la mar del sur” y hoy llamamos Océano Pacífico. El conquistador ya había financiado dos expediciones anteriores sin buenos resultados, por lo que decidió encargarse personalmente del asunto. Acompañado de una comitiva, se embarcó rumbo a estas tierras en los buques Santa Águeda y San Lázaro. El día 3 de mayo de 1535 llegó al lugar que entonces nombró como Bahía de la Santa Cruz, hoy La Paz, capital del Estado de Baja California Sur.
El Mar de Cortés, no fue sólo escenario de las travesías del conquistador; es el hogar de miles de especies marinas, alberga cerca de 40 por ciento de las especies de mamíferos marinos que existen en el mundo, y un tercio del total de las especies de cetáceos. No por nada, el Capitán Jaques Yves Custeau, quien pasó mucho tiempo estudiando el lugar, le llamó: “El acuario del mundo”.
Me mandó construir el obispo Juan Francisco Escalante y Moreno a mediados del siglo XIX con advocación a Nuestra Señora de la Paz. Con el tiempo mi nombre se redujo a "Catedral de la Paz”. Supongo que es más sencillo y preciso, a la gente no le gusta complicarse, así que por mí está muy bien. El buen obispo pidió una fachada de estilo neoclásico en piedra y un interior sencillo que hiciera juego. Me ubicaron en el mismo lugar dónde los jesuitas habían levantado su misión en siglos anteriores. Mis muros reguardan los retablos barrocos del siglo XVII provenientes de misiones que los jesuitas se vieron obligados a abandonar. Dicen que me parezco a las iglesias que están cruzando la frontera. No lo sé. Eso les queda decidirlo a mis visitantes.
No son los cuadros, ni los vitrales lo que más me gusta cuidar. El tesoro más importante que resguardan mis muros son los rezos de quienes viven en esta apacible ciudad. Los que salen en las embarcaciones de pesca, los que cuidan la naturaleza, quienes tienen algún comercio o los que estudian en esta ciudad. Sí, los rezos de quienes viven en esta apacible ciudad y acuden a mi buscando un momento de paz”.
Buen domingo a todos y gracias por leerme.
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