El enojo es una emoción natural. Todos lo hemos sentido y en la mayoría de los casos por justas razones. Nos sentimos atropellados, maltratados por palabras, actitudes o acciones de otra persona y esto ocasiona una reacción en nosotros. Es inmediato. Nuestro ritmo cardiaco y presión aumentan al igual que los niveles de adrenalina. El problema no es sentir la ira, sino estallar como el Popocatépetl a causa del mismo. Cuando estos estallidos son demasiado frecuentes, comienzan a afectarnos y a las personas que nos rodean. Ya lo dijo Aristótles: “Cualquiera puede enojarse; es fácil, pero estar enojado con la persona adecuada, en la justa proporción, en el momento debido y por la razón correcta - no es sencillo ni al alcance de todos”.
Podemos enojarnos por diversas razones en diferentes situaciones. A veces la ira es máscara para no mostrar nuestra vulnerabilidad, otras veces surge del miedo y algunas veces la ira es una buena herramienta para controlar a otros. Lo cierto es que la ira inhibe la racionalidad, y al hacerlo sacamos el monstruo que llevamos dentro. No estamos en control de lo que decimos o de nuestra forma de actuar.
Obviamente, hay algunas cosas terribles que jamás debemos hacer bajo el enojo: ser abusivos, manipuladores o amenazadores. Nunca debemos ser hirientes o hacer comentarios que denigren a la persona. Si es así, es momento de buscar ayuda porque estar enojado con alguien no es excusa para insultarlo. El maltrato a otro ser humano no tiene justificación. A pesar de que no hayamos iniciado la discusión, no podemos usar el enojo como excusa para un golpe bajo. Tenemos que aprender a controlar nuestra ira. De lo contrario, haremos o diremos cosas que –cuando la ira disminuya–, serán fuente de un terrible dolor no solo para la persona a a la que la dirigimos, sino también para nosotros. Aunque no podamos ver las heridas emocionales que causamos, sabemos que dejamos terribles moretones en el alma de una persona, mismos que quizá nunca sanaran. Si lo permitimos, la ira puede adueñarse de nuestra vida y (como una adicción) destruir todo a su paso. Una vez que hablamos o actuamos el daño que causamos no puede ser deshecho por mucho que lo intentemos. Esas palabras o acciones se quedarán ahí, para lastimar a otros y lastimarnos.
Si las redes son un reflejo de nuestra sociedad, podemos asegurar que somos una sociedad iracunda. El enojo fluye a borbotones en las redes. Es tan fácil enviar un mensaje horrible sin pensarlo dos veces, mensaje que puede ofender a miles de personas y multiplicar el enojo en cuestión de segundos. No podemos dejar que los insultos y bajezas sean una forma de comunicación “aceptada”. Tenemos que aprender a controlarnos y como decía aquel anuncio “contar hasta diez” o hasta dos mil cuando sea necesario. El objetivo de estar en una red social, es tratar de construir relaciones, no romperlas ¿o no?
Buen domingo a todos.
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