
En estos agitados días, de energía cambiante y fallas tecnológicas, dejemos que el Ex-Convento de San Agustín Acolman, cuna de posadas y piñatas nos cuente su historia…
Mis muros son anchos y muy fuertes. Adecuados para el momento que vivíamos cuando me construyeron. Eran los inicios de la colonia, pocos años después del triunfo de Hernán Cortés. Fue el franciscano Andrés de Olmo, quien inició la construcción de mis muros en 1524. Era entonces una pequeña capilla en donde Andrés trataba de enseñar una nueva religión a los habitantes de la región. No era tarea fácil. Me encuentro en un poblado llamado Acolman, fundado por acalhuas, parte de los siete pueblos chichimecas, quienes adoraban a Tezcatlipoca, dios de la guerra. Por falta de personal, los esfuerzos evangelizadores del fraile fracasaron. Años después, llegaron los frailes agustinos con renovados bríos, evidentes no sólo en sus esfuerzos evangelizadores; sino en mi construcción.
De ser una capilla pequeña, fray Jorge de Ávila en 1539 me transformó en un templo imponente y un convento que es admirado hasta el día de hoy. La fachada que dieron a mi templo es preciosa, una joya del estilo plateresco. En el interior, llama la atención la nave con un ábside de nervadura gótica y la pintura mural que rodea al altar representando a personajes muy importantes: papas, obispos, cardenales y frailes, profetas del antiguo testamento y santos, eso sí todos ellos luciendo el hábito agustino.
Mi claustro mayor (o agustino) es de estilo renacentista con arcos de medio punto. En ese claustro, mis columnas están decoradas con volutas y mis paredes fueron engalanadas por epigrafía latina y pintura mural. En mi claustro menor, mi pintura mural está relacionada con la infancia de Jesús. En unos de mis patios colocaron una cruz de piedra tallada de extraordinaria belleza. Tras muchos esfuerzos, mi construcción finalizó en 1560. Para entonces, yo era el centro de la comunidad. Lejos quedaron los tiempos en que se oían tambores de guerra para Tezcaltlipoca. Los frailes anotaban en grandes libros que se guardaban celosamente, todo lo acontecía en la región: nacimientos, bautizos o casamientos. Fue por aquel entonces, que el Papa Sixto V le concedió a fray Diego de Soria, encargado del Monasterio, un permiso para realizar unas misas especiales llamadas de "aguinaldos", que se celebrarían del 16 al 24 de diciembre. Corría el año del señor de 1587, si mal no recuerdo. Esté fue el origen de lo que conocemos como “posadas”. Para hacerlas más atractivas, cubrieron ollas de barro en forma de estrella de siete puntas, representando a los siete pecados capitales, a las que llamaron “piñatas”, rellenas de fruta y dulces. Así, era fácil entender que vencer el pecado tiene una dulce recompensa.
Todo parecía marchar muy bien, pero no fue así. Mi gran dolor de cabeza sería el agua. Las tormentas provocaban que las aguas del lago de Texcoco y la presa del Rey se desbordaran. Cuatro veces irrumpieron con fuerza, rompiendo las puertas e inundando los muros de mi templo y de mi claustro. No era fácil limpiar y dejar todo en orden; una tarea de años en cada ocasión. Se dañaban los muebles, los frescos, todo. En el siglo XVIII volvió a suceder y esta vez todo el primer piso quedó cubierto de agua y lodo. Mis muros ya no podían resguardar a nadie en ese estado y los religiosos me abandonaron. No solo ellos. Las inundaciones también destruyeron las comunidades aledañas. Pasé décadas en soledad, siendo de refugio de aves, animales del campo y algún visitante ocasional. Mi soledad no duraría para siempre.
En 1920 la Inspección General de Monumentos Artísticos e Históricos decidió rescatarme.
Casi cuatro siglos después de que inició mi construcción, decidieron nombrarme monumento nacional. Empezaron los trabajos de desazolve. Finalmente, pude abrir nuevamente mis puertas, esta vez como Museo de Arte Colonial. Mi templo, junto con el sagrario y el baptisterio volvieron a entrar en funcionamiento y así continuan hasta la fecha. Hoy la gente me visita y camina entre mis muros, tratando de imaginar cómo era la vida en otros tiempos. Si ponen atención, pueden escuchar los cantos de los monjes y quizá, con un poco de imaginación, a lo lejos también escucharán el sonido de los tambores para Tezcaltiploca.
Buen domingo y gracias por leerme. Espero tú opinión dejando un comentario en el blog, o en mi cuenta de X @FernandaT

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