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Foto del escritorFernanda de la Torre V

¿Criminales?






Si hay un tema que divide a hombres y mujeres en todo el mundo es el aborto. Apasiona, enoja, duele. Hay quienes informan del tema y hay quienes le inyectan dogmas. ¿Cuándo comienza la vida? ¿Desde la concepción? ¿Desde que la deseamos? ¿Desde qué nos enteramos que estamos embarazadas? No lo sé. Hay muchas opiniones. Lo que sí sé, es que nadie tiene derecho de imponer sus creencias a los demás. Debemos vivir de acuerdo a ellas para ser congruentes, pero no podemos juzgar a los demás en base a ellas.

El aborto es un tema complicado. Fui educada en un colegio católico, así que puedo entender a quienes lo ven como un pecado. Por lo mismo, creo que es un tema que tiene que ver con la conciencia más que con la ley. Una mujer que no quiere abortar, no va ha hacerlo por mas leyes que lo permitan. Eso debería tranquilizar a quienes se oponen férreamente al mismo. De la misma forma, una mujer que ya tomó la decisión de terminar su embarazó, lo hará aunque haya leyes que lo prohiban.

En lo personal, no es que esté q“a favor” del aborto, sino en contra de que existan clínicas clandestinas y que mueran mujeres en ellas. Me opongo ferozmente a que haya quienes lucren con el dolor y salud de seres humanos y se trate como criminales a las mujeres que toman esa decisión. Si bien yo no abortaría, respeto la decisión de quienes deciden hacerlo. Está claro que nos hace falta hablar de sexo, toneladas educación sexual (sin dogmas) facilitar el acceso a condones y otros métodos anticonceptivos. Entender las consecuencias físicas y psicológicas de un aborto, y apoyarlas, independientemente de la decisión que tomen. ¿Por qué no empezar por ahí? ¿Por qué no buscar leyes que protejan a las mujeres?

Como sociedad tenemos una doble moral respecto al aborto y las madres solteras. En especial por parte de quienes se oponen al mismo. Condenan el aborto como un pecado pero poco hacen por apoyar a las mujeres que deciden no hacerlo. Comparto una historia personal. Cuando estudiaba tercero de secundaria (en un colegio católico de monjas), una compañera de nombre Silvana, desapareció. Un buen día dejó de asistir. Primero pensamos que estaba enferma pero pasaron días y luego semanas y Silvana no regresaba a la escuela. Pregunté a la que era su mejor amiga y me contestó con evasivas. Con el tiempo cedió y me contó que Silvana estaba embarazada y que la habían expulsado de la escuela. No podían permitir que siguiera asistiendo porque era “una mala influencia” para nosotras. Los rumores en “radio pasillo" decían que su madre la había encerrado. Su mejor amiga tenía prohibido llamarla por teléfono (no había redes sociales entonces, les recuerdo). Jamás la volvimos a ver. Me dolió la dura decisión de las religiosas que la dejaron sola cuándo más lo necesitaba. ¿Sin estudios y sin ayuda de sus padres cómo podría sacar a su bebé adelante? En preparatoria, me enteré de que otra compañera había abortado. Desconozco si las monjas lo supieron o no, pero lo cierto es que se graduó con todas nosotras y con el tiempo se casó y tuvo otros hijos. ¿Podría llamarla criminal? No. Desde luego que no. ¿Cómo culparla de haber tratado de evitar el ostracismo y la estigmatización que sufrió Silvana? ¿Cómo saber qué temores la orillaron a tomar esa decisión?

Desde entonces me pregunto: ¿Qué pasaría si todos aquellos quienes se oponen al aborto apoyaran a esas jóvenes madres a terminar sus estudios, dieran becas para sus hijos y soporte psicológico y económico? ¿Qué pasaría si en vez de juzgarlas las apoyáramos?

Tristemente, aunque han pasado muchos años, las cosas no han cambiado. Hace poco pregunté y supe que en la escuela en que estudié, todavía no permiten que alumnas embarazadas (o madres solteras) terminen sus estudios de secundaria.

Ignoramos las las razones que llevan a una mujer a tomar la decisión de terminar un embarazo, pero podemos intuir que no es algo que se tome a la ligera. De lo que sí tenemos certeza es que si el aborto no es legal, existirán clínicas clandestinas en donde se practican sin las condiciones de higiene necesarias y peor aún, sin personal calificado para ello. Había que parar los juicios y condenas, para tratar de entender a esas mujeres que sabiendo que arriesgan su vida, siguen adelante con la decisión que tomaron. ¿Miedo a sus padres? ¿A la condena social? ¿Al futuro? Sea la por la razón que fuere, tristemente ese temor es mucho mayor que el miedo morir en manos de un matasanos en una de esas clínicas. Por ello no podemos llamarlas criminales, ni tenemos derecho a juzgarlas, sólo nos corresponde apoyarlas.



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