Es tu primer día en el trabajo de tus sueños. Todos te dan la bienvenida y te dicen lo que esperan de ti. Pero, lejos de sentirte bien, el pánico se apodera de ti y no puedes evitar pensar: “¡Dios mío! Pronto se van a dar cuenta de que no soy tan buena como creen”. Ahí lo tienen: el síndrome del impostor en todo su esplendor.
Sentir que no mereces el éxito que tienes es más común de lo que pensamos y también democrático, ya que no distingue entre género, edad o nacionalidad. Puede afectar a cualquiera. Este fenómeno psicológico, en el que las personas experimentan una sensación persistente de duda sobre sus habilidades, logros o méritos, hace que quienes lo padecen se sientan como un verdadero fraude.
Las razones que pueden generarlo son variadas. Puede ser que hayas crecido en un entorno donde había expectativas muy altas, que sientas la presión de cumplir con estándares muy elevados (la trampa de la perfección), o bien, que te compares o te comparen con modelos de éxito. Lo cierto es que no importa de dónde viene, sino lo que hacemos para desterrar ese sentimiento.
El primer paso, como en todo, es reconocer el problema. Muchas personas exitosas se han sentido inseguras en algún momento de su carrera. Es importante dejar de ser duros con nosotros mismos y valorar nuestros éxitos, por pequeños que nos parezcan (hay que recordar que quienes padecen el síndrome del impostor tienden a minimizar sus logros). Empieza por reconocer lo que has hecho bien. Cuando te escuches diciendo: “Ay, no es nada” o “Cualquiera pudo haberlo hecho”, pon un alto y mejor acepta el reconocimiento. Solo tienes que decir: gracias.
Como cualquier inseguridad, el síndrome del impostor causa estrés y ansiedad. Depende de nosotros trabajar en nuestras inseguridades para superarlas. Empezar por reconocer que nadie es perfecto y que los errores son parte del crecimiento es un paso en la dirección correcta.
Buen domingo a todos y gracias por leerme. Espero tú opinión dejando un comentario en el blog, o en mi cuenta de X @FernandaT
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