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Decir adiós…

Foto del escritor: Fernanda de la Torre VFernanda de la Torre V

De todas las lecciones que aprendió en su vida, rendirse es una palabra que NO llegó a conocer. Esa fortaleza, es su legado. Las adversidades de la vida lo “zarandearon” o lo entristecieron, eso sí, pero nunca lo tumbaron.

Detalle del pórtico de la Catedral de San Lorenzo, Trogir, Croacia (Fernanda de la Torre)

La semana pasada, después de haber luchado cómo un auténtico guerrero durante un mes contra una neumonía, mi padre falleció en el hospital de Nutrición en la Ciudad de México. Su gran fortaleza y espíritu de lucha sorprendió a los médicos; a nosotros no. Quienes lo conocíamos, sabíamos que un tesonero como él, no se rendiría fácilmente. De todas las lecciones que aprendió en su vida, rendirse es una palabra que NO llegó a conocer. Esa fortaleza, es su legado. Las adversidades de la vida lo “zarandearon” o lo entristecieron, eso sí, pero nunca lo tumbaron.


Diocleciano decidió construir un palacio junto al mar. No escatimó en recursos. Mandó traer de Egipto hermosos mármoles para decorarlo y ladrillos y piedra caliza de la cantera de la cercana isla de Brac. Esa cantera, siglos después proveería el material para construir otro centro de poder: la Casa Blanca, en los Estados Unidos. Francia, también tiene lo suyo en los símbolos estadounidenses, ya que al cumplir cien años de su independencia, en 1886, regaló a Estados Unidos la Estatua de la Libertad, construida por Frédéric Bartholdi y Gustave Eiffel.

La semana pasada, después de haber luchado cómo un auténtico guerrero durante un mes contra una neumonía, mi padre falleció en el hospital de Nutrición en la Ciudad de México. Su gran fortaleza y espíritu de lucha sorprendió a los médicos; a nosotros no. Quienes lo conocíamos, sabíamos que un tesonero como él, no se rendiría fácilmente. De todas las lecciones que aprendió en su vida, rendirse es una palabra que NO llegó a conocer. Esa fortaleza, es su legado. Las adversidades de la vida lo “zarandearon” o lo entristecieron, eso sí, pero nunca lo tumbaron.


Nació en la Ciudad de México en 1935, pero siempre le gustó creer que era oriundo de San Miguel el Alto, Jalisco. Mis abuelos, Francisco de la Torre y María Elena Aguilar, pensando quizá que necesitaría varios santos para cuidar a ese bebé tan inquieto, lo bautizaron como Javier Ramón Antonio. Fue el quinto de siete hermanos y como bien dice el refrán –a los que mi papá siempre fue tan adepto– “no hay quinto malo”.


Creció durante la Segunda Guerra Mundial. Nos hablaba de las portadas de la revista LIFE de esa época como si las hubiera visto ayer. Suponemos que de ahí, surgió su afición, (que lo acompañaría durante toda su vida) por la historia de ese periodo. Afición que por cierto dio lugar a más de una discusión acalorada con quien osaba contradecirlo.


De niño fue muy travieso. Una tarde, tras alguna de sus pillerías y sabiendo que lo iban a regañar, decidió esconderse en una alacena y ahí se quedó dormido. Mi pobre abuela lo buscó desesperadamente durante horas, pensando que se había ido de casa, hasta que despertó el angelito y salió de su escondite. Mis tías se quejan de que le quitó las ruedas a sus patines para hacer avalanchas y muchas travesuras más que hoy nos hacen reír pero que en su momento, le sacaron canas verdes a mis abuelos.


Ágil desde niño, sobresalió en los deportes. El béisbol, fue su gran pasión, a pesar de que un pelotazo, casi le costó la pérdida de la visión. Fan de los yankees, Yogi Berra fue su favorito, y en su momento el Toro Valenzuela. Adoraba el sol, el mar y el esquí acuático. Fue un gran bailarín y ameno conversador. Sus amigos lo llamaban “Pelón”, apodo que le puso Guillermina, su fiel compañera y cómplice durante más de 30 años; a quien todos los sábados le dijo: “Sólo por esta ocasión, escoge tú la película”.


Si bien no nos sorprendió su tesón; y a pesar de estar conscientes de su gravedad y de que su partida era inminente, el dolor fue más grande de lo que esperábamos. No importa que entiendas la gravedad de las cosas, y el que hayamos visto como poco a poco como su estado desmejoraba, nunca estamos preparados para la pérdida de un ser querido. En el fondo no se pierde la fe, ni se deja de esperar un milagro.

Otra gran lección que recibí, es lo reconfortante que es el sentir a los amigos y familiares cerca, ya sea por teléfono, chat o redes sociales, estas difíciles semanas. Desde que enfermó, mucha gente nos contactó para contarnos anécdotas que no conocíamos de su buen corazón. Durante el velorio, se acercaron amigos de mi papá para hablarnos de sus caballerosidad y bondad que lo hacían acreedor del cariño de todos. Todas esas muestras de cariño, que agradezco infinitamente, hacen que el dolor sea más soportable.


Dicen que el tiempo aliviará el dolor de su partida; supongo que así será. Mientras nos vemos otra vez, tus hijos, Fernanda, Chema y Gina; Sandra, tu nuera; tus hijastros, René, Andrés, Mariana, Mayte Jessica y Carlos; Tus nietos Carlos Ignacio, Sofía, Santiago, Einar, Viviana y Constanza, Nicolás, Marianita, Juan, René, Miranda, Natalia y Renata y tu adorada Guillermina, junto con Mauricio, Magda, Jetsa y Patricia, agradecemos tu cariño y te mantendremos en nuestro corazón siempre. Como solías decir, citando a Berra: “Esto no se acaba hasta que se acaba”.


Me gustaría oír tu opinión. Por favor escribe a: fernanda@milenio.com o en Twitter @FernandaT











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