“Si existiese en el mundo de hoy un número tan grande de gente que deseara su propia felicidad más de lo que desean la infelicidad del resto, tendríamos el paraíso en unos pocos años”. Bertrand Russel
Lo ideal sería que todos nuestros pensamientos fueran positivos y compasivos. Desafortunadamente bien sabemos que hay sentimientos negativos que no podemos evitar. Un buen ejemplo de esto es la envidia. Me refiero a la envidia “de la mala” –dudo que exista de la buena– a ese sentimiento de enojo o tristeza que alguien tenga algo que nosotros deseamos y que secretamente pensamos que tenemos más derecho que la otra persona. ¿Quién no la ha sentido alguna vez? Difícil escapar de ella. Quizá, lo más molesto de sentir esa envidia que nos consume, es que en el fondo sabemos que es una auténtica pérdida de tiempo. Por mucho que envidiemos la buena fortuna de otros, esa envidia no hará nada para que consigamos lo que deseamos. Así que es inútil pasar el tiempo envidiando el nuevo puesto de mengano, el viaje de zutano o la pareja de fulana porque la envidia no nos hará conseguir el trabajo, el novio o irnos de viaje.
Otro sentimiento terrible (la cosa se pone peor) es la alegría por el sufrimiento o la desgracia ajena. Este sentimiento que en alemán se llama schadenfraude, termino que usamos en español, y que algunos traducen como regodearse o complacencia maliciosa. Sin duda es algo que no deberíamos de sentir. Como quiera, la envidia es humana pero alegrarse por la desgracia ajena es diabólico como decía Arthur Schopenhauer. Diabólico o no, lo cierto es que desde pequeños somos presas de este sentimiento como cuando en el jardín de niños un compañerito no te daba de su almuerzo y cuando se le caía el sándwich o las jícamas y decíamos: “Me alegro, esto te pasa por no compartir tu comida”.
Hay un concepto aún más complicado y dañino que une a conceptos anteriores. No sólo sientes envidia, o de alegras de la desgracia de otro, sino que harás todo lo posible por sabotearlo aún a costa de tu propio bienestar. Una amiga croata lo llama “la filosofía de las vacas” y lo usa para definir una forma de pensar que se da con frecuencia en su país. Eres capaz de sacrificar a tu vaca, con tal de que tu vecino no prospere y no tenga dos vacas. “que se muera mi vaca antes de que tú tengas dos” o cualquier cosa con tal de que no estés mejor que yo. ¿Absurdo? Definitivamente; pero tristemente real. Basta echarse un clavado a las redes sociales en cualquier momento para ver grandes ejemplos de la filosofía de las vacas. Ahora que estamos en tiempos electorales, con el ánimo crispado y el enojo y la frustración a flor de piel, la filosofía vacuna florece. La lógica pierde peso y los insultos (argumentos de quien no tienen argumento) proliferan.
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