“Yo puedo estar equivocado y tú puedes tener la razón y, con un esfuerzo, podemos acercarnos los dos a la verdad” –Karl Raimund Popper
“Estás equivocado”, sentenciamos sin más y tratamos de cambiar la opinión del contrario e imponer la nuestra, ya sea por las buenas o las no tan buenas. El problema es que estas creencias, muchas veces no tienen nada que ver con argumentos científicos o con hechos reales, sino con ideas que aprendimos desde niños y no nos hemos cuestionado mucho y con el paso de los años nos aferramos a ellas porque nos dan seguridad o por mera tozudez. Ni hablar de la empatía o de escuchar y poner atención al discurso del otro. Un mal que todos padecemos a mayor o menor medida, es la adicción a tener la razón. Para algunos, es una adicción crónica, lo que los ha hecho llevar a terminar relaciones, amistades, dañar familiares y, en casos extremos, llevar a sus países a la guerra.
Clara, una amiga cercana, me comentó que había recibido un correo electrónico de una persona de la que se había distanciado hacía unos diez años a raíz del caso Florance Cassez. Más allá de la discusión, que se podía haber olvidado y para ella no era un tema importante, a Clara la ponen de muy mal humor a las personas extranjeras que hablan pestes del país que los acogió y que les proporciona sustento. Así, en protección a su hígado, decidió cortar por lo sano y dejar de ver a esa persona que no paraba de criticar a México. Se olvidó del tema y del personaje, hasta que hace unos días, se topó con un correo electrónico del susodicho. El correo no era para saludar o ver cómo estaba, sino para volver a esa discusión a la que Clara dio por finalizada desde hacía diez años. ¡DIEZ AÑOS! Clara me contó que cayó en la trampa y respondió el correo con hechos y argumentos. Error. La respuesta fue más de lo mismo. Es imposible discutir con adictos a tener la razón. Así que Clara anteponiendo su paz mental a el gusto de ganar una pelea, optó por dejar de contestar los correos que esa persona le enviaba.
Existe una explicación científica para esta adicción*. En una discusión, cuando tratas de defender tu punto de vista y crees estar perdiendo, tu voz sube de tono, tu cerebro se nubla y te sientes un poco fuera de ti. Sucede que en situaciones de alto estrés o miedo, el cortisol y la adrenalina inundan el cerebro. El instinto toma el mando y los pensamientos estratégicos cobran fuerza mientras que la empatía desaparece. El cuerpo busca protegerse de la vergüenza de no tener la razón (pérdida de poder) así que busca una de las posibles cuatro respuestas: pelear (o seguir discutiendo el punto), una elegante huída, (esconderse detrás del consenso grupal), ignorar la discusión (esconderse) o tratar de complacer a tu adversario (apaciguar a las fieras). Ninguna de estas opciones es positiva porque niega la posibilidad de un intercambio de información.
El poder demostrar que estamos en lo cierto, es desde luego, muy satisfactorio. Es innegable. Si alguien ha logrado ganar una discusión o un juicio, sabe de lo que estoy hablando. Felicidad pura. De acuerdo con el artículo antes mencionado, cuando discutes y ganas, tu cerebro se inunda de adrenalina y dopamina que nos hacen sentir, poderosos, invencibles y felices. Como nos sentimos tan bien, llenos de autoestima, queremos volver a tener ese sentimiento y de ahí la adicción a tener la razón.
Si buscamos ejemplos de estos adictos, basta darse una vuelta por las redes sociales, particularmente en Twitter o Facebook. Cuando estos adictos a tener la razón no pueden discutir con argumentos válidos, (cosa que sucede con frecuencia), recurren a las descalificaciones ad hominiem: “Y qué credibilidad tiene Fulano para decir eso” o la conocida falacia: “¿Por qué no dijiste nada cuando…?” Como si nuestra libertad de expresión en el presente, estuviese condicionada a lo que manifestamos en el pasado. Viéndolo desde otro ángulo, Twitter (mi debilidad) puede ser un gran lugar para practicar el desapego y no engancharse con comentarios de usuarios anónimos, que muy probablemente sean Bots. Las personas que repiten dogmas (de cualquier color), o que han perdido la noción de congruencia, sean o no adictos a la razón, no son material para una discusión inteligente. Hay gente valiosa e interesante, sigamos mejor a ellos.
Para vencer esta adicción, no hay que ir a clínicas o tomar medicamentos. Simplemente es necesario aprender a escuchar. Cómo explican Don Miguel Ruiz y Don José Ruiz en su libro El quinto acuerdo (Ed. Urano) “Se escéptico, pero escucha, porque en todas esas mentiras puede estar la verdad”.
Los adictos a tener la razón, generalmente terminan solos. No son fáciles de tratar y tampoco son buenos compañeros. No tienen la menor idea de lo que es la empatía o trabajar en equipo. Su adicción los hace ser rígidos y tener poca consideración por los demás. ¿Quién, en su sano juicio, quiere estar con una persona así?
Termino con otra frase de Popper: “Ningún argumento racional tendrá un efecto racional sobre un hombre que no quiere adoptar una actitud racional”. Creo que es una buena reflexión para la semana…
Buen domingo a todos.
Espero tu opinión en mi cuenta de Twitter @FernandaT o en mi correo: info@neteandoconfernanda.com
*Pueden leer el artículo que lo explica aquí: https://hbr.org/2013/02/break-your-addiction-to-being
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